Sobre el destierro, la salud mental y el valor del “estar con otros”
Por Ana Balbuena https://www.linkedin.com/in/anaibalbuena/
En su juicio, Sócrates tuvo una elección insólita: aceptar la pena de muerte o exiliarse de Atenas.
Eligió morir.
Para él, vivir lejos de su polis —sin su gente, su lugar, su pertenencia— era una forma más lenta, pero igual de definitiva, de desaparecer. Su decisión, leída desde nuestra mirada contemporánea, puede parecer extrema. Pero si observamos con atención, revela una verdad profunda: no estamos hechos para vivir sin pertenecer.
En tiempos donde se celebra la autonomía, el trabajo remoto y la hiperconectividad digital, tal vez olvidamos que somos, antes que nada, seres sociales.
La ciencia lo afirma con contundencia: el cerebro humano está diseñado para vincularse. Estudios en neurociencia muestran que el contacto cara a cara activa regiones cerebrales vinculadas al bienestar, la empatía y la regulación emocional, en un modo que las videollamadas no pueden igualar.
Necesitamos vernos, tocarnos, compartir el silencio y el espacio. No por nostalgia, sino por salud.
La pertenencia —esa sensación profunda de ser parte de algo, de ser visto y aceptado por otros— es uno de los factores protectores más poderosos para la salud mental.
Quienes se sienten parte de una comunidad, un equipo, una familia elegida, muestran menores niveles de ansiedad, depresión y estrés. Incluso en entornos laborales, el sentimiento de pertenencia impacta en el compromiso, la creatividad y el bienestar general. No es un beneficio extra; es un derecho emocional básico.
Hoy, muchas personas experimentan un destierro moderno: el aislamiento social disfrazado de independencia, la desconexión emocional en medio de miles de contactos, la soledad dentro de un grupo. Y ese destierro, aunque no tenga forma de condena, también duele. También deja marcas.
Por eso, pensar en pertenencia es pensar en cuidado. Como líderes, como educadores, como colegas, como miembros de cualquier comunidad, tenemos la responsabilidad de construir espacios donde cada persona sienta que cuenta, que importa, que está dentro.
Y como individuos, necesitamos preguntarnos con honestidad: ¿dónde me siento parte?, ¿qué hago para que otros también se sientan así?
Sócrates no quiso una vida sin pertenencia. Y nosotros, aunque ya no enfrentemos tribunales, tampoco deberíamos conformarnos con una vida sin vínculos reales. Recuperemos la conversación sin pantallas, la escucha genuina, el contacto humano. Porque pertenecer no es solo estar: es ser con otros. Y eso, más que nunca, es vital.
¿Qué acciones concretas estás impulsando (o podrías impulsar) para fortalecer la pertenencia en tu equipo o comunidad?
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