Por Ana Balbuena https://www.linkedin.com/in/anaibalbuena/
En muchas organizaciones de Latinoamérica, fomentar una cultura de bienestar en el trabajo se ha convertido en una prioridad. Se diseñan encuestas de clima, se realizan focus groups, se promueven campañas de salud mental o programas de reconocimiento. Sin embargo, con frecuencia estas iniciativas quedan en lo superficial: se implementan con buena intención, pero sin continuidad ni seguimiento estratégico.
¿El resultado? Desilusión, descreimiento, y pérdida de credibilidad tanto del management como del área de Recursos Humanos.
Este fenómeno no es menor. Los colaboradores se involucran, comparten su perspectiva, dedican tiempo, pero no reciben devoluciones claras ni ven acciones sostenidas en el tiempo. Esto no solo genera malestar y desmotivación, sino que debilita la cultura organizacional.
Una cultura que no escucha, o que escucha pero no actúa, envía un mensaje claro: lo que piensan y sienten los empleados no importa realmente.
¿Por qué importa esto?
Porque cuando las acciones en favor del bienestar se implementan con coherencia, impacto y continuidad, los resultados son tangibles:
• Aumento de la productividad.
• Reducción del ausentismo.
• Mayor satisfacción laboral.
Pero para llegar a esos resultados, es imprescindible tratar el bienestar organizacional como un proceso de mejora continua, no como una acción aislada. Y ese proceso debe medirse adecuadamente.
¿Cómo se mide el impacto real de las iniciativas de bienestar?
Aquí es donde muchas organizaciones fallan: en quedarse en el Nivel 1 de medición, que es la reacción inmediata de los colaboradores. “¿Te gustó el programa?”, “¿Te sentiste escuchado?”.
Esta información es útil, pero insuficiente. Para que una estrategia de bienestar sea sostenible, debe evaluarse en múltiples niveles:
1. Reacciones inmediatas. ¿Qué opinan los empleados justo después de una acción o encuesta? Es un primer termómetro, pero no concluyente.
2. Aprendizaje. ¿Qué conocimientos o habilidades nuevas adquirieron? ¿Cómo impacta eso en su visión sobre la cultura de trabajo?
3. Cambios en el comportamiento. ¿Se modificaron hábitos en el lugar de trabajo? ¿Se evidencian mejoras en la colaboración, el liderazgo, la gestión emocional?
4. Impacto en indicadores organizacionales. ¿Disminuyó el ausentismo? ¿Aumentó la retención de talento? ¿Se mejoró el NPS interno o el eNPS?
5. Retorno de inversión (ROI). ¿Cuánto costó el programa y qué beneficios concretos generó para la organización?
Lamentablemente, en muchas empresas de LATAM la evaluación se limita al nivel 1. Pero si aspiramos a transformar verdaderamente la cultura organizacional, debemos ir más allá, diseñando iniciativas que puedan ser evaluadas en todos estos niveles.
¿Qué podemos hacer distinto?
• Cerrar el ciclo. Si se hace una encuesta o focus group, se debe devolver la información y comunicar qué se hará con ella.
• Acciones visibles. No todo se puede cambiar de inmediato, pero sí se puede mostrar un plan, aunque sea parcial.
• Medir con propósito. No medir por cumplir, sino para aprender y ajustar.
• Involucrar al liderazgo. Si los líderes no creen en las acciones, los equipos tampoco lo harán.
Fomentar una cultura de bienestar no es simplemente tener buenas intenciones. Requiere compromiso, medición, coherencia y capacidad de respuesta. Si las organizaciones logran pasar del diagnóstico a la acción, y de la acción a la transformación, el impacto será profundo: no solo en los indicadores duros, sino en la confianza, el compromiso y el orgullo de pertenecer.
¿Tu organización mide el impacto real de sus acciones de bienestar? ¿Estás midiendo lo que realmente importa?
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