Cómo las organizaciones pueden ser espacios de repetición o de reparación.
Por Ana Balbuena https://www.linkedin.com/in/anaibalbuena/
“Lo que no se resolvió en la familia, se transmite a la sociedad.” Esta columna te invita a mirar cómo nuestras historias personales se reflejan en el trabajo y cómo transformar esas dinámicas puede generar un impacto positivo más allá de la oficina.
El 10 de octubre es el Día Mundial de la Salud Mental y el 13 de octubre de cada año se celebra el Día del Psicólogo en Argentina. Como suelen darse mágicamente algunas causalidades, justamente este lunes 13, investigando e investigando, llegué a datos altamente impactantes que tienen que ver con nosotros, los psicólogos. Y pensé en cuánto sentido tiene que, en este mismo mes, reflexionemos sobre el lugar que ocupa la salud mental —no solo en la vida individual, sino también en las organizaciones y en la sociedad que construimos día a día.
Hace poco escuché una frase que se me quedó dando vueltas en la cabeza: “Lo que no se resolvió en la familia, se transmite a la sociedad. Hay que identificarlo para desactivar y transformar.”
La sentí tan precisa, tan tangible, que inmediatamente pensé en el trabajo. Porque si hay un lugar donde se mezclan las historias personales, las lealtades invisibles y los aprendizajes tempranos, es ahí, en las organizaciones, en el día a día laboral.
En cada equipo conviven los hijos mayores que sienten que todo depende de ellos, los que aprendieron a evitar el conflicto porque “mejor no decir nada”, los que buscan aprobación constante y los que necesitan tener razón para no sentir vulnerabilidad.
Llevamos nuestras dinámicas familiares a la oficina, al proyecto, al comité de dirección. No de forma consciente, claro, pero están ahí, guiando nuestras decisiones, modelando los vínculos, marcando los límites.
Cuando esas historias no se reconocen, las organizaciones se transforman en escenarios donde se repiten viejas heridas. Como dijo Freud: “la compulsión a la repetición”.
Y cuando sí se reconocen, pueden convertirse en espacios de transformación. Porque el trabajo —aunque a veces lo olvidemos— es también un lugar donde las personas buscan sentido, pertenencia, validación. Y cuando una empresa se atreve a mirar lo humano con interés genuino y profundidad, deja de ser un simple sistema productivo: se vuelve una red de aprendizaje emocional.
El bienestar organizacional no empieza en políticas de recursos humanos, sino en la decisión de mirar lo que está debajo de la superficie, en habilitar conversaciones difíciles, (Seguridad psicológica de Amy Edmondson), en revisar patrones, en sostener
procesos de escucha real. Y cuando eso sucede, el impacto trasciende las paredes de la empresa. Las personas llegan distintas a sus casas, se vinculan distinto, educan distinto.
Sanar el trabajo también es sanar la familia y la sociedad. Por eso, quizás la verdadera innovación no está solo en la tecnología o los procesos, sino en la valentía de mirar hacia adentro.
Mi invitación: Mirá tu entorno laboral con otra lente. Observá tus reacciones, tus silencios, tus modos de vincularte. Preguntate: ¿Qué dinámica estoy repitiendo sin darme cuenta? ¿Qué podría transformar para que mi trabajo sea un lugar más consciente, más humano?
Cada cambio individual, por pequeño que parezca, tiene un efecto multiplicador. Porque lo que se sana en una organización, también se sana en la sociedad.
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