Carlos Wlosek, docente universitario de la UNA y la UNI y asesor frutícola especializado en cítricos, habló con Radio 1000 e Infonegocios sobre la mandarina paraguaya. Aunque su foco actual se encuentra en otras variedades como la naranja y el pomelo, Wlosek cuenta con una vasta experiencia en el manejo de mandarinas, especialmente desde el punto de vista agronómico.
En Paraguay se cultivan diversas variedades, con presencia casi todo el año. La temporada comienza en febrero con la Okitsu, una variedad japonesa precoz, de buen sabor y resistencia moderada a enfermedades, aunque susceptible a la mosca de la fruta. Le sigue la Nova, híbrido de naranja y mandarina, de gran aceptación en el mercado regional.
En los meses intermedios, aparece la mandarina criolla, tradicional en patios paraguayos, valorada por su aroma, aunque menos por su aspecto comercial. También se destaca la Quini, conocida por su cáscara gruesa y facilidad de pelado, favorita en el consumo en fresco, y la Dancing, de color amaranjado intenso. Cerrando el calendario, la Murkoff madura entre agosto y octubre, considerada una de las más sabrosas, aunque difícil de pelar.
A pesar de la diversidad, el cultivo de mandarinas en el país aún es incipiente. “En general, lo producen pequeños agricultores, con excepción de algunas empresas como Frutika, que lo hacen a mayor escala”, indicó el experto. En departamentos como Itapúa, su cultivo se da mayoritariamente en traspatios o como complemento a otros rubros, lo que refleja la escasa industrialización del sector.
Sobre la posibilidad de exportación, Wlosek es cauto: “Hoy países como Argentina, Uruguay y Perú ya tienen un fuerte posicionamiento como exportadores. No es fácil entrar a mercados como la Unión Europea, que imponen requisitos muy estrictos, sobre todo en cuanto a enfermedades cuarentenarias como la cancrosis”. Aun así, reconoce que hay espacio para explorar opciones en Brasil u otros mercados, si se logran estándares consistentes de calidad y volumen.
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