Durante su homilía en la Fiesta de Caacupé 2025, Monseñor Ricardo Valenzuela dirigió un mensaje especial a los gobernantes y la ciudadanía en general, instándolos a reflexionar sobre su papel en la sociedad desde una perspectiva cristiana y de vivir el servicio como un acto de amor al prójimo.
Cuando se habla de corrupción se refiere a situaciones que afectan gravemente la vida de las personas, y esto es precisamente lo que nos recordó la homilía del cardenal cuando la describe como una enfermedad letal, que amenaza y daña el cuerpo social.
«A quienes compete la responsabilidad de estar al frente de un país, tienen la obligación de fomentar el bien común. De aquí no sólo según las orientaciones de las mayorías o allegados, sino dentro de la perspectiva del bien para todos los miembros de la sociedad civil en búsqueda de una vida digna. Promover una vida digna en nuestro país, exige por sobre todo erradicar la corrupción porque quita confianza y dignidad a la persona», expresó Valenzuela.
Señalo a la corrupción que afecta gravemente la vida de las personas, describiendo como una enfermedad letal, que amenaza y daña el cuerpo social.
«Una persona corrupta no es de fiar, no ama a las personas, sino que busca su propio interés. Una persona corrupta destruye a la sociedad, porque los compra, les quita confianza y rebaja su dignidad. La corrupción es una de las grandes causas del triste estado de cosas que está viviendo la nación. Como dice el profeta Isaías: «Cuando la corrupción toca su fondo, todo se cae», enfatizó el sacerdote.
Mencionó que para lograr que el gobierno, todo el funcionariado público y la ciudadanía en general, es decir, «todos nosotros sea honesto, es hoy como lo fue en todos los tiempos y sobre todo en los de crisis, una misión tan imperiosa como indispensable. Sin honestidad, no se gana ninguna guerra, no se puede superar ningún problema».
«Para erradicar, debemos fortalecer a nuestro país con una educación de calidad, crear más empleos dignos y asegurar lo necesario a los servicios básicos como la salud, trabajo, vivienda digna, etc. Para lograr, uno de los primeros pasos a dar es eliminar nuestros egoísmos, envidias, encierros, dureza de corazón, debemos aprender a dar», agregó Valenzuela.
No obstante, hay personas que dan por vanidad. No desean el bien de los demás ni intentan satisfacer la necesidad ajena. Buscan sólo el placer del aplauso o la estima que suscita la acción generosa. Contra esta forma nociva de dar, el Evangelio recomienda expresamente: «Cuando ayudes a un necesitado, no lo publiques al son de trompetas; no imites a los que dan espectáculo en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los alaben. Yo les digo: ellos han recibido ya su premio. Tú, cuando ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber lo que hace la derecha: tu limosna quedará en secreto. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará», sumó el monseñor en la oratoria.
Valenzuela pidió pensar en el prójimo y no olvidar esta sentencia: «Dando, se recibe».
«Pongamos esta sentencia en la parte más visible de la casa, en las instituciones educativas, en el trabajo, en la empresa, en las oficinas públicas; puede ayudarnos a diario recordar el compromiso que tenemos de luchar siempre con la ayuda de María y su Hijo Jesús, para animarnos ante las dificultades, a aumentar la fe y esperanza de mejores tiempos en nuestro querido Paraguay, un sueño largamente deseado. Grábala en tu corazón y que sea parte de tu vida: cada día te convencerás más de la verdad que encierra. La recompensa te la dará, no el príncipe, sino el mismo Rey: Jesucristo, el Señor del universo. Así, mientras más obras buenas realices por el prójimo, más te amarán los hombres, más grande será tu nombre y más querida y eterna será tu memoria», sentenció.
























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