Hoy da gusto ver la tabla de posiciones. Y uno no se cansa de calificar o de buscar calificaciones por lo que ha hecho el adiestrador argentino Gustavo Alfaro en poco tiempo de laburo. Se acercaban partidos terroríficos, no venía el seleccionador y con jugadores desmoralizados. Teníamos Centenario, altura de Quito, Brasil, a la emergente Venezuela y al campeón del mundo Argentina: 9 de 9 en el Defensores del Chaco.
Lo que consiguió es tremendo y al no ser un entrenador «made in Paraguay» ni sin el rótulo de «pasante», ha de ser el efecto más brusco del fútbol paraguayo. Uno no recuerda otro personaje con un impacto tan grande.
Era un proceso que estaba a la deriva. Miguel Almirón, uno de los cotizados, hasta su «hate» de máxima potencia, ya no podía decir un ápice.
Alfaro, desde que llegó, habló de la pasión como motor, como convicción hasta de la «humedad».
Lo de ayer ante Argentina es top 1 por lejos. Se demostró el tema de la pizarra. Se recuperó la aerolínea paraguaya. El jugador «boeing» que siempre nos caracterizó. Alfaro, por fin uno, tocó la tecla correcta para salir de las cenizas porque estábamos en el horno.
Alfaro agarró un equipo que tenía 5 puntos y ahora cosechó 11. Nobleza obliga. Se mejoró con argumentos. Es para elogiarlo. Es una realidad de tener un cupo mayor.
«Todavía no ganamos nada», avisó con calma Alfaro pero estamos en un gran momento. Es una dulce realidad y hay satisfacción en la calle, en el hincha del fútbol.
Paraguay, recuperó su mística, y el Defensores del Chaco, volvió a ser un bastión inexpugnable.
