Por Robert Marcial González
En memoria de Fernanda Benítez (+) y Fernando Báez Sosa (+)
El atroz crimen que truncó la vida de Fernanda Benítez, una joven alegre y soñadora de apenas 17 años, conmocionó y estremeció a la comunidad paraguaya tanto como el horrendo asesinato que apagó para siempre la luz del joven de 18 años, hijo de paraguayos, Fernando Báez Sosa, asesinado brutalmente a golpes hace cinco años en la Argentina.
El autor material del macabro asesinato de Fernanda en el Paraguay así como los autores materiales del cobarde asesinato de Fernando en la Argentina, fueron rápidamente identificados y encarcelados. Jóvenes de entre 17 y 21 años quienes, a pesar de encontrarse perfectamente integrados a la comunidad, actuaron con la misma saña, brutalidad, alevosía criminal y sicopática frialdad que distingue a los sicarios que sirven al crimen organizado.
Ahora bien, siendo acaso la finalidad principal del proyecto democrático la de generar condiciones sociales, culturales, políticas y económicas que, permitan primero y garanticen después, la vida armónica en comunidad, ¿es suficiente que hayamos identificado y penalizado a los monstruos que perpetraron los espeluznantes crímenes o debemos profundizar en las causas de la amoral conducta de los jóvenes implicados? ¿Los sicópatas que perpetraron ambos asesinatos, actuaron solos o tuvieron cómplices? ¿Podemos pensar en autores morales que indujeron de algún modo la conducta sociópata de la que hacían gala los asesinos en sus interacciones? En su caso, ¿cómo los identificamos? ¿Basta con encerrar a los ejecutores o es preciso tomar otras medidas en múltiples niveles sociales y estructurales?
Si entendemos a la Democracia como un proyecto de vida comunitaria basado en valores, creencias y tradiciones compartidos -y no solamente como un método aritmético de tomas de decisiones o de validación de relaciones de poder-, es clave que, como sociedad, abordemos y profundicemos esas y otras interrogantes pues, con mucha vergüenza y profundo dolor, debemos admitir que estamos haciendo mal las cosas y que el paradigma democrático no solo no está permeando en el imaginario colectivo, sino que, peligrosa y tristemente, está cediendo su lugar ante el auge representado por la “cultura narco” que se instaló en todos los niveles y estratos de la vida…
Cúpulas partidarias centradas exclusivamente en pujas de poder, dirigentes políticos incapaces de brindar oportunidades de inclusión genuina a través del empleo digno, carencias absolutas y lacerantes en materia de acceso a la salud, a la educación, al transporte público o a los beneficios de la cultura o el deporte, instituciones manejadas por burócratas indolentes que tomaron al Estado como botín de guerra, ciudadanos que deambulan cotidianamente rumbo a sus hogares o a sus trabajos en “tierra de nadie” por falta de seguridad, etc., son apenas algunas de las tantas muestras que dan cuenta de que, en el Paraguay, la Democracia no es vista ni considerada como un proyecto virtuoso de vida en común.
Si bien es difícil esperar que los atributos de la ciudadanía democrática sean ejercidos con plenitud en un contexto que, además de estar signado por la exclusión, la marginalidad y el vandalismo, reduce la vida de la gente al sacrificado rebusque en actividades de mera subsistencia, la sociedad civil no está exenta de responsabilidad a la hora de evaluar las causas que luego desembocan en las terribles tragedias como las que apagaron la vida de Fernanda y de Fernando.
En efecto, atrapados en la vacía fascinación que genera el consumo o idiotizados en la adicción de las alienantes y embrutecedoras redes sociales, los ciudadanos hemos claudicado en nuestra tarea de ser canalizadores del paradigma democrático a través del ejercicio de gestos cotidianos como el cuidado que debemos brindar a nuestro entorno a nivel familiar, escolar, barrial, laboral, etc, o de la puesta en práctica del esfuerzo y la dedicación requeridos para alcanzar resultados virtuosos en la vida.
Como las cúpulas de poder que gobiernan el Paraguay instalaron que se puede ser multimillonario de la noche a la mañana sin esfuerzo alguno, bastando para ello un cargo político desde donde se pueda ser funcional a la generosa y ensangrentada billetera del crimen organizado, no solo se ha eliminado la cultura del trabajo y del esfuerzo sino que, muchos incluso aspiran el “estilo de vida narco”.
Por obra del deterioro del tejido comunitario causado por el actuar inescrupuloso de las cúpulas partidarias, las familias y las escuelas, a su vez, se han desentendido de su misión de apuntalar los procesos de socialización primaria y secundaria sin los cuales es imposible internalizar valores comunes o desarrollar empatía hacia el prójimo y, menos aún, lograr que los jóvenes encaucen sus vidas para transitar la senda de la virtud.
Gangrenada por una praxis donde, desde el ejemplo, la cúpulas de poder hacen gala de su desprecio hacia las reglas de juego, hacia las leyes, hacia las minorías, hacia las voces críticas, hacia las políticas públicas que permitan una inclusión genuina, hacia toda forma de disenso, hacia la transparencia, etc., la Democracia paraguaya, entendida siempre como modelo de convivencia comunitaria basada en valores compartidos, está herida de muerte.
De un lado, familias atrapadas en el dilema de la subsistencia, sin tiempo y sobre todo, sin voluntad para asumir el compromiso de la educación integral de los hijos; y, del otro, Escuelas, Colegios y Universidades que, por complacencia o desidia han decidido orientar sus esfuerzos únicamente en satisfacer la voracidad burocrática del Estado y que se dedican a hacer apología de los valores del mercado para garantizar la “formación” de esclavos modernos, son la evidencia palpable (enfatizo, dolorosamente palpable), de que detrás de las atrocidades que apagaron para siempre la vida de Fernanda y la de Fernando, existe todo un aparato perverso y una perniciosa estructura institucional, social y política, a la que cabe endilgar la complicidad e incluso, la autoría moral de los crímenes cometidos por jóvenes extraviados contra jóvenes sin esperanza… Esperanza que les fue arrebatada tanto por sus verdugos como por quienes, desde las cúpulas de poder, optan por atajos perniciosos en beneficio personal antes que orientar sus esfuerzos para transformar positivamente la sociedad brindando oportunidades de un mundo mejor para los jóvenes…
Ahora bien, esperar que las cúpulas de poder que gobiernan el Paraguay, principales responsables del deterioro del tejido social, sean las que se encarguen de nutrir con savia virtuosa a la Democracia, sería tanto como pretender que dictadorzuelos como Maduro u Ortega o tiranuelos como Trump o Putin, asuman conductas democráticas.
Por tanto, la compleja, inacabable y casi siempre ingrata labor de abonar el paradigma democrático, buscando que permeen los valores que posibilitan la vida comunitaria basada en la empatía y la solidaridad, nos compete a los integrantes de la sociedad civil en todos los niveles: Escuelas, colegios, universidades, organizaciones intermedias, medios de comunicación, empresas, gremios, asociaciones, iglesias, etc.
Para ello, es imperioso que entendamos que el proyecto democrático, desborda largamente su faz electoral o electorera. Es imperioso que, siguiendo al educador Bernardo Toro, recordemos que la “La democracia es una decisión que adopta una sociedad para percibir al mundo. Y si decide contemplar al mundo de esa manera, entonces tendría que preguntarse ¿cómo son las familias democráticas?, ¿las parejas democráticas?, ¿los noviazgos democráticos?, ¿las escuelas democráticas?, ¿los partidos democráticos?, ¿las empresas democráticas?, ¿qué poesía genera la democracia?, ¿qué arte genera la democracia? {…}. Cuando comenzamos a hacernos estas preguntas, la democracia se vuelve una cultura; mientras tanto, es un discurso vacío…”.
Mientras, como sociedad, sigamos evadiendo nuestro compromiso de generar, con acciones coherentes y no meros discursos vacíos, un modelo de convivencia donde, tanto las instituciones públicas y privadas como las personas, practiquemos cotidianamente, en todos los ámbitos, valores consustanciales a la vida, la dignidad, la libertad, la fraternidad, el honor y la igualdad, no solo seguirán multiplicándose situaciones desgraciadas como las que le arrebataron la vida a Fernanda y a Fernando, sino que todos, como sociedad, estaremos implicados en carácter de autores morales o cómplices de esas tragedias que ahora afectaron a dos familias concretas, pero que en cualquier momento, bien podrían llamar a nuestra puerta.
Aludiendo a las dificultades que tenemos los seres humanos a la hora de aprender a corregir y rectificar los errores -y los horrores- del pasado, el escritor Milan Kundera, en su lúcido ensayo titulado “El arte de la novela”, afirma que “habitamos el planeta de la inexperiencia”. La realidad, presente y pasada, signada siempre por la barbarie, la crueldad, el dolor y el tormento, confirma, una y otra vez, que nuestras sociedades no son proclives a ejercitar la memoria colectiva lo que dificulta la quijotesca tarea de “desfacer entuertos”…
Desolado y devastado por todo el dolor que produjo la pérdida de las jóvenes vidas de Fernanda -hoy- y de Fernando -ayer-, hago fuerzas para que, como sociedad, decidamos de una vez, poner en práctica el saludable y necesario propósito de enmienda que debería suceder al mea culpa para que éste tenga algún valor… Solo de ese modo, honraremos la memoria de todos aquellos jóvenes a los que condenamos al infortunio sea como autores materiales, autores morales o cómplices…
Fernanda… Fernando, les fallamos. Con el alma trémula y el corazón deshecho, envío una plegaria al cielo esperando sepan perdonarnos…