Por Robert Marcial González
El pasado 11 de setiembre, el Partido Colorado celebró su aniversario 138. Su historia, convulsa, contradictoria y gloriosa, se identifica, casi de manera epónima, con la historia misma del Paraguay. El brillo del onomástico del gran Partido que dirige el destino del Paraguay desde hace más de 70 años (apenas interrumpido por un lustro donde, entre paréntesis, perdieron el gobierno pero no el poder), fue opacado por una serie de episodios bochornosos protagonizados directamente -y más allá de toda duda razonable- por correligionarios leales (o mejor dicho, funcionales), no tanto al Partido y sus postulados filosóficos y políticos como a los inescrupulosos que operan en provecho propio desde la cúpula partidaria.
En efecto, a la retahíla de acciones irregulares y malsanas ligadas al movimiento “Honor Colorado” que se perpetraron tanto contra las arcas públicas como contra los valores democráticos en los últimos años (ej. “caso Messer”, “caso Marset”, “caso Erico”, “caso Metrobus”, “caso Municipalidad de Asunción”, “caso Rivas”, “caso persecución a disidentes”, “caso Jurado de Enjuiciamiento”, “caso designaciones de la Embajada americana”, “caso fentanilo”, “caso nepobabies”, “caso neposobris”, “caso copamiento”, “caso González Daher”,“caso abuso de mayorías coyunturales para anular el debate democrático”, entre otros episodios que socavaron los cimientos de la frágil Democracia paraguaya), se le sumaron esta semana, esta misma semana de celebración partidaria, dos situaciones que, tanto por el trasfondo como por el manejo posterior, pintan de cuerpo entero a la cúpula de poder que gobierna el país: (i) los audios que expusieron a dos parlamentarios afines al gobierno detallando la manera impúdica en que se compran votos, se reparten donaciones internacionales, se ubican operadores y se tuerce la ley para favorecer obras fantasmas y alquileres simulados; y, (ii) la imputación fiscal y posterior suspensión de la irregular matrícula de abogado del Senador “Incitatus”, protegido por el “Calígula” autóctono que alquiló (a muy buen precio hay que decirlo) a un grupo de cortesanos que se apoderó de toda la estructura del glorioso Partido Colorado para provecho propio.
Lejos de tratarse de situaciones anecdóticas, los nuevos episodios, además de retratar de cuerpo entero a determinados personeros, sirve, una vez más, para evidenciar cuáles son las prioridades y cuál es la línea de acción política de quienes hoy, clamando a voz en cuello y con prepotencia brutal, se auto proclaman herederos de los fundadores del Partido Colorado. Los hechos que tomaron estado público, vale enfatizarlo, son atribuibles con exclusividad a la cúpula que hoy dirige el país y que son los que impiden que el Paraguay supere la situación de marginalidad, miseria, exclusión y postergación evidenciada de manera elocuente y descarnada por todos los indicadores serios que miden el Índice de Desarrollo Humano (IDH) o la calidad institucional o las tasas de desempleo o los indicadores de inseguridad o los déficits en educación, salud pública, transporte o estructura básica.
En ese marco, y considerando tanto mi condición de diletante aficionado como la irresistible compulsión que me lleva a especular todo el tiempo con el azar y sus designios cuando se ven afectados los pilares de la Democracia Constitucional, no dejo de preguntarme qué pensarían los grandes hombres y mujeres que, con las inevitables contradicciones propias de la condición humana, no solo soñaron con un Partido Colorado comprometido con la inclusión, el desarrollo y el fortalecimiento de las instituciones republicanas sino que se jugaron la vida para que ello sea posible.
¿Qué pensaría, por ejemplo, el Gral. Bernardino Caballero, fundador del gran Partido Colorado, al ver que la presidencia de esa nucleación de hombres libres, recae hoy en una persona que, a sus casi 70 años de edad, lleva apenas una década y piquito como afiliado y que ejercitó el voto recién a sus 50 largos para votarse a sí mismo luego de haber logrado, inversión económica mediante, la modificación estatutaria que le permitió ser candidato?
¿Cómo se sentirían Blas Garay, Ignacio A. Pane o Fulgencio R. Moreno al saber que los actuales dirigentes (de cúpula y de base) del Partido Colorado, permitieron que una persona sin prosapia ya no digo partidaria sino política, compre (literalmente) un espacio para que su delfín (rectius est, su marioneta), de extracción partidaria liberal, con apenas una década de afiliación materializada en un acto tan patético como vulgar e indigno y que para colmo, no tiene un solo punto de contacto con las clases populares, pueda llegar a la presidencia del país única y exclusivamente para complacer a su benefactor mientras se solaza y ejercita su adolescente vanidad con viajes de placer que lo alejan de la gestión de los acuciantes problemas que enfrenta el Paraguay?
¿Cuáles serían las conclusiones de Natalicio González, Epifanio Méndez Fleitas, Waldino Ramón Lovera, Enrique Riera Figueredo o Luis María Argaña al advertir que la actual cúpula dirigente ha claudicado en su compromiso con el saneamiento tanto del Partido como de las instituciones republicanas al proteger a capa y espada a personeros nefastos so pretexto de que “nada pueden hacer sin que exista sentencia judicial firme” o que “los correligionarios fueron votados y por ende tienen derecho a cometer todos los desaguisados que quieran pues el pueblo así lo quiso”?
¿Cómo reaccionarían las gloriosas Enfermeras del Chaco al ver que todo lo que sembraron desde las trincheras mediante el ejemplo y el coraje ejercitados en tiempos de guerra, no ha servido siquiera para que en tiempos de paz la mayoría de los compatriotas pueda contar con acceso a la salud básica o que dos de cada tres familias paraguayas, en pleno siglo 21, tengan que recurrir a “polladas” y “tallarinadas” para, de manera precaria, hacer frente a sus enfermedades y tratamientos médicos?
¿Qué dirían José Segundo Decoud, Benjamín Aceval y el ya recordado Bernardino Caballero al comprobar que la educación pública primaria y secundaria se cae a pedazos o que la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional ha sido secuestrada por una caterva de mediocres y serviles que operan para que sus acólitos lleguen a convertirse en fiscales o jueces que garanticen luego la impunidad de dirigentes políticos inescrupulosos que deshonran el ideario, se apartan de las bases y reducen al centenario Partido Colorado a una cueva donde se refugian rufianes de todo tipo de pelajes?
Con el afán de sumar interrogantes de tinte cívico, ahora, me pregunto yo, si los buenos Colorados, los muchísimos buenos Colorados comprometidos con la construcción de un país mejor desde el Partido, desde las empresas, desde las instituciones, desde la educación, desde el servicio público, desde el sector privado, desde la esfera pública, desde las familias tradicionales, desde los gremios, desde la sociedad civil, etc., ¿no tienen pensado ejercitar su indignación aunque más no sea en términos simbólicos? ¿es tanto el miedo que reina? ¿están tan sometidos a la turbia billetera de una persona? ¿no reclamarán públicamente que sus dirigentes, que sus representantes, que sus correligionarios, reencaucen el rumbo dejando de apañar a consagrados corruptitos más allá de lo que ocurra luego en los eventuales procesos judiciales? ¿no son capaces de separar la cizaña del trigo? ¿no pueden establecer la diferencia entre ser leal y ser obsecuente? ¿no consideran ejercer su descontento de manera estruendosa para diferenciarse de los crápulas que avergüenzan el legado de los grandes Kara´í Guazú y las valientes matronas que ayudaron a parir nuestra nación con entrega y trabajo denodado? ¿no les importa que, dada la protección que la cúpula partidaria brinda a sus secuaces, sean incluidos en la misma bolsa debido a su silencio, si no cómplice, al menos complaciente? ¿no advierten que sus hijos y nietos se espejan en los mayores y terminan reproduciendo el mismo esquema de conducta, gestos, comportamientos, praxis y decisiones que consentimos a nivel público y privado sea por acción u omisión?
Mañana, lunes 15 de setiembre, se celebra el día internacional de la Democracia entendida ésta, como un sistema de convivencia basado en valores y no como un simple método aritmético de toma de decisiones funcional al interés sectario de mayorías coyunturales. Desde esa perspectiva, instalar una cultura democrática, obliga, exige, impone, requiere que entre todos, pero particularmente los líderes políticos y partidarios, hagamos todo cuanto esté a nuestro alcance para que se instalen en la sociedad hábitos y prácticas virtuosas entre los que se cuenta, en primerísimo orden, repudiar sin titubeos los desaguisados de la clase política que contradicen la virtud cívica o al compromiso con el Estado de Derecho.
Si nos importa fortalecer la Democracia, no se puede consentir que se utilice como “caballo de troya” a la presunción de inocencia para apañar comportamientos que los Partidos Políticos y la sociedad civil no solo pueden sino que deben reprobar y combatir pues la Constitución lo autoriza facilitando, además, múltiples herramientas para el efecto. La línea de acción asumida por la cúpula que hoy dirige el Partido Colorado, no hace otra cosa más que degradar el legado de personas que, con sus luces y sus sombras, y dentro de las marchas y contramarchas de todo proceso democrático, han sabido sentar las bases para forjar el extraordinario país que habitamos.
Tengo para mí, que pertenecer al mismo Partido o compartir el mismo color o ser correligionarios, no implica que deba sacrificarse la dignidad o que se tenga que renunciar al pensamiento crítico o que se anule la capacidad de juzgar política y éticamente más allá de lo que acontezca en el fuero judicial o que se justifiquen todo tipo de entuertos so capa de que se cuenta con legitimidad de origen o que se debe supeditar el criterio propio o el criterio partidario a lo que diga el Poder Judicial en el marco de procesos eternos y, generalmente, irregulares.
Los filtros políticos y los controles internos y externos que arropan y dotan de identidad al sistema democrático, pueden activarse con total prescindencia de lo que se debata en paralelo a nivel judicial. Ese, precisamente, es uno de los grandes prodigios de la Democracia Constitucional: la existencia de mecanismos y herramientas que permiten soluciones prontas y oportunas pensadas para que desde la política, se pueda combatir la impunidad y proyectar credibilidad y compromiso con el interés general.
Lamentablemente, la realidad, la cruda realidad signada y patentada hoy por el estruendoso silencio de quienes deberían honrar el legado de los que forjaron con sangre, sudor y lágrimas la historia del Paraguay, tiende a demostrarme que estoy equivocado o, cuanto menos, que a mis 47, sigo llevando a cuestas una infantil candidez.
Empero, conservo la ilusión de que los legítimos herederos de la estirpe colorada comprometida con un país mejor, esos buenos Colorados que de manera inexplicable han optado por agachar la cabeza y humillar la cerviz, muy pronto sabrán demostrar con mensajes simbólicos potentes, que no son aves del mismo plumaje que distingue a los verdugos del Partido Colorado y por ende, del Paraguay. Mantengo la esperanza de que los colorados comprometidos harán el intento serio y coherente de, cuanto menos, evidenciar a los que tomaron por asalto las banderas que en su día hicieron flamear hombres y mujeres que, con aciertos y desaciertos pero siempre obrando de buena fe, supieron forjar la identidad de un pueblo virtuoso asociado al trabajo, al coraje, a las buenas costumbres y a la solidaridad sin límites.
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