Por Robert Marcial González
En medio de la desesperanza que se instala cíclicamente en determinados tramos de la historia de la mano de proyectos autoritarios que acechan y ponen en jaque las principales conquistas alcanzadas por las sociedades abiertas a través de la Democracia (v.g la libertad en todas sus formas, la tolerancia, el pluralismo, la inclusión, la dignidad, la igualdad, la defensa de los Derechos Fundamentales, la protección de las minorías, las limitaciones y los controles hacia toda forma de ejercicio de poder público, la participación ciudadana, etc), queda el consuelo de que la Humanidad comprometida con los valores HUMANISTAS (valga el juego de palabras), ha sabido encontrar siempre la manera de generar espacios virtuosos desde los cuáles se puede ejercitar con mayor eficacia la necesaria labor de micro resistencia sin la cual no sería posible consolidar la convivencia genuinamente democrática.
Ahora bien, no siempre se advierte (y menos aún se reconoce) que esas trincheras de micro resistencia no existirían sin la labor tesonera, incansable, comprometida y militante de un puñado de héroes discretos de espíritu Renacentista y vocación de servicio altruista, sin cuyo concurso, las sociedades sucumbirían fatalmente en las garras de los agoreros, todólogos y archimandritas que infiltran tanto los poderes públicos como las universidades, las sociedades intermedias o la prensa, buscando, primero, desmantelar las conquistas del Estado Constitucional y Democrático de Derecho, para luego, instalar proyectos autoritarios a medida del delirio del mesías de turno y en exclusivo beneficio de un grupo minoritario de fanáticos reaccionarios motorizados exclusivamente por la pulsión de muerte.
Precisamente, uno de esos referentes incansables e imprescindibles que encarna todos los valores Humanistas y Renacentistas sobre los cuales se cimienta la Democracia (entendida como proyecto de vida comunitario entre iguales y no como un simple método aritmético de toma de decisiones orientado a validar relaciones de poder) es el Maestro mexicano DIEGO VALADÉS, emblema de la justicia social y denodado luchador por la dignificación de la comunidad en todos los órdenes.
Su personalidad multifacética como intelectual comprometido, comunicador, promotor cultural, docente, escritor, organizador de foros y espacios de reflexión donde se genera pensamiento crítico, formador de generaciones enteras de juristas y ciudadanos, soporte incondicional de jóvenes, colaborador activo en muchísimas Universidades del mundo entero, etc., podrían relevarme de cualquier mención adicional pues, en definitiva, el Maestro DIEGO VALADÉS, es, en términos borgianos, un gran HACEDOR… Un gran hacedor de felicidad colectiva que pregona con el ejemplo sin alardear nunca de todo lo que brinda en beneficio de la comunidad desde el servicio al prójimo…
No obstante lo anterior, a título de modesto pero sentido reconocimiento de gratitud (y aún a sabiendas de que, debido a la modestia propia que distingue a los grandes Maestros, mis cavilaciones podrían incluso llegar a incomodar al Profesor Diego Valadés), me permito sobre abundar en consideraciones para resaltar todavía más la labor cívico — política de un jurista de nota que desde hace más de seis décadas ilumina el camino de quienes entendemos que las sociedades se perfilan mejor si transitan la senda de la Democracia Constitucional.
En efecto, el Maestro DIEGO VALADÉS acaba de concluir su labor al frente del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional (IIDC). Un magnífico Encuentro Académico que congregó en la capital mexicana (específicamente en la UNAM) a más de un centenar de constitucionalistas de todo el mundo y del cual participaron más de 2500 personas, sirvió de colofón a su extraordinaria labor.
Desde el espacio dado por el IIDC, durante exactos 50 años (12 de los cuales ocupó la Presidencia del organismo) el Maestro DIEGO VALADÉS supo honrar el legado de los grandes referentes que lo precedieron al frente de la Institución. En tal sentido, no cesó en su empeño por generar cultura constitucional para los pueblos de América Latina y Europa. Desde su posición de liderazgo natural, orientó todos sus esfuerzos para robustecer la Democracia y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Contribuyó notablemente al fortalecimiento del sistema republicano entendido éste como un antídoto contra toda forma de poder concentrado, elevando su voz comprometida para denunciar con firmeza y sin titubeos los abusos y excesos que se cometen desde los gobiernos. Y, además, -mérito adicional de orden no menor en tiempos de narcisismo desenfrenado- fue capaz de llevar adelante su titánica labor manteniéndose al margen del canto de las sirenas que tanto fascina a un sector de la academia que vive ensimismada y que se solaza con la auto referencia egocéntrica y onanista que no hace sino operar sobre el mismo esquema lógico y conceptual que dicen combatir o al que afirman oponerse.
En “Matar a un Ruiseñor”, obra maestra de la literatura, la célebre escritora Harper Lee le dio voz a uno de los personajes más entrañables de la historia: Atticus Finch. En un pasaje de la obra, Atticus Finch enfrenta la intransigencia de la comunidad afirmando que “El verdadero valor no lo encarna un hombre con una pistola. Uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”.
Maestro VALADÉS: Desconozco si fue Harper Lee la que se espejó en usted para dar vida a Atticus Finch o si fue usted quien se espejó en Atticus Finch para proyectar su enorme legado al frente del IIDC. Empero, simbiosis virtuosa o alquimia prodigiosa al margen, los muchos ciudadanos comprometidos que seguimos resistiendo los embates autoritarios cometidos a diario por las cúpulas de poder, aún a sabiendas de que determinadas batallas cívicas o culturales están perdidas de antemano, le agradecemos de corazón que siga guiando nuestros pasos elevando su voz clara, potente, comprometida, valiente y coherente en defensa de los valores de la Democracia Constitucional.
El cantar de los Rapsodas y los Ruiseñores del Constitucionalismo Democrático, constituye una herramienta fundamental e imprescindible en la ardua tarea de enfrentar los tiempos recios en que vivimos.