Por Gonzalo Quintana
Ayn Rand tiene razón al afirmar “el hombre que deja que un líder le indique su rumbo es un naufragio remolcado al montón de chatarra”
La Chatarra, descripta en su momento por el Monseñor Rolón como “escombro”, es la sociedad construida por un megalómano, que no cesará un minuto en su afán de agregar carachas, hombres escombros, para acrecentar la chatarrería a niveles que nadie pueda concebir una vida diferente a la de vivir en el medio de la chatarra.
Esa chatarrería es la “sociedad”, el ambiente donde el poderoso desprovisto de valores instala su reino. Es el rey de los hombres chatarras, de los cortesanos escombros.
Para destruir una nación primero hay que destruir al ciudadano, para destruir al ciudadano hay que destruir al ser humano quitándole su libertad y su dignidad.
Para someter a toda una nación, hay que destruir al individuo; hay que despojarlo de todo valor, hay que vaciarlo de principios, de tal manera que ya no puedan distinguir el bien del mal, lo bueno de lo malo.
Ayn Rand vuelve a describir con precisión el objetivo, la dominación por sometimiento, y el proceso para destruir el sentido de pertenencia a una nación digna, orgullosa : “La propagación del mal es el síntoma de un vacío. Cuando el mal gana, es sólo por el incumplimiento, por el fracaso moral de aquellos que evaden el hecho de que se puede llegar a un acuerdo sobre los principios básicos».
Es decir, en la chatarrería el resultado político de dominación depende del nivel de destrucción moral de los individuos, de cada uno de los que componen la sociedad política a la que llamamos ciudadanía.
Cuando el mal se instala a la cabeza para construir “equipos” de demolición de valores, principios e instituciones, un final violento está a la vista.