Por Robert Marcial González
En un artículo anterior titulado “La indolencia del burócrata”, centramos la aproximación reflexiva y la mirada crítica en la ligereza y la displicencia con la que las personas que integran el Poder Judicial deciden sobre la libertad, el patrimonio, los derechos y las garantías de todos los ciudadanos. Tomamos como ejemplo emblemático del destrato denunciado, la ruindad cometida en contra del Profesor Luis Alberto “Beto” Riart. El ensayo aludido puede consultarse en: https://robertmarcialgonzalez.medium.com/la-indolencia-del-burócrata-0dfcfc30de71.
Sin embargo, más allá del sombrío panorama generado por burócratas indolentes que integran un poder Judicial venal, la desesperanza no puede ser una opción para los ciudadanos comprometidos. Entonces, de manera a complementar las reflexiones críticas expuestas en el ensayo anterior, repasaremos aquí algunas claves que podrían ayudarnos, en igual medida, tanto a contribuir activamente con el mejoramiento de la calidad de la democracia como a aliviar todo el pesar que hoy impregna la atmósfera. Para el efecto, de manera más esquemática que exacta, haremos referencia a algunos aspectos medulares que hacen a la Democracia Constitucional.
Precisamente, uno de los grandes prodigios de la Democracia Constitucional por encima de otros modelos políticos, radica en su versatilidad o elasticidad. Así, socialistas y anarquistas, liberales y conservadores, colectivistas e individualistas, partidarios del libre mercado y defensores de la intervención estatal, católicos y protestantes, musulmanes y judíos, ateos y agnósticos, empresarios y sindicalistas, ius publicistas o ius privatistas, etc., encuentran en la Democracia el escenario ideal para vivir libre y dignamente en sociedad sin que tengan que someterse a la cosmovisión de los demás salvo en lo concerniente al respeto a las leyes cuya validez formal y material, a modo de resguardo y garantía, están condicionadas al acatamiento irrestricto de los procedimientos establecidos en la propia Constitución para la toma de decisiones públicas y al respeto de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Idéntico razonamiento aplica para dotar de validez y legitimidad a una sentencia judicial.
Ahora bien, tratándose de un proyecto de vida comunitaria basado en valores compartidos, los prodigios de la Democracia Constitucional no operan en forma espontánea pues, como enseña el educador colombiano Bernardo Toro: “La democracia no es un partido, no es una ciencia, no es una religión; la democracia es una forma de ver el mundo, una cosmovisión. Por eso, nadie puede darle democracia a una sociedad, ningún político puede dársela. La democracia es una decisión que adopta una sociedad para percibir al mundo. Y si decide contemplar al mundo de esa manera, entonces tendría que preguntarse ¿cómo son las familias democráticas?, ¿las parejas democráticas?, ¿los noviazgos democráticos?, ¿las escuelas democráticas?, ¿los partidos democráticos?, ¿las empresas democráticas?, ¿qué poesía genera la democracia?, ¿qué arte genera la democracia? {…}. Cuando comenzamos a hacernos estas preguntas, la democracia se vuelve una cultura; mientras tanto, es un discurso…”.
Y, haciendo énfasis en el compromiso que la democracia requiere de las personas, el lúcido pensador colombiano agrega “Pero ¿qué es un ciudadano? Un ciudadano es una persona que es capaz de crear o modificar en cooperación con otros, el orden social que se quiere vivir, cumplir y proteger para la dignidad de todos. No nos hace ciudadanos ir a votar ni que nos elijan para un puesto público dentro del gobierno. Esos son derechos ciudadanos. Lo que nos hace ciudadanos es la capacidad de construir, en cooperación con otros, el orden social en que queremos vivir, para la dignidad propia y la de todos. Esto es lo mismo que participar. Pero participar no es estar en una reunión, ni estar en un grupo, ni tampoco contestar una encuesta. Se participa en la medida en que se puede modificar y transformar el orden social para la dignidad de todos. Por eso la democracia es una continua auto fundación del orden. La libertad no es posible si no hay orden, pero el único orden que da libertad es el que uno mismo construye.”
Como se puede advertir, la participación (y dentro de ella el ejercicio de los controles cívicos al ejercicio del poder político) resulta clave para que la Democracia pueda transitar de su faz formal a la faz sustancial. La Democracia no puede quedar reducida a un simple juego de validación de relaciones de poder. El gran desafío que enfrentan las Democracias Constitucionales apunta a desarrollar conductas cívicas que ayuden a que el modelo de valores permee en todos los niveles de la cultura de una sociedad para lo cual se hace imprescindible la participación ciudadana y el control al poder público en todas sus variantes.
La participación ciudadana y el adecuado control al ejercicio del poder son factores claves que permiten dotar de contenido al sistema jurídico — político que nos rige. La participación cívica y la activación permanente de las herramientas de control son el complemento ideal y sirven de pilares a la Democracia (ideal de autogobierno popular) Constitucional (ideal regulativo para limitar adecuadamente el ejercicio del poder público).
Tal como enseña el prestigioso constitucionalista mexicano Diego Valadés, “En una democracia funcional el control del poder involucra a todos los órganos del poder e implica que el ejercicio de éste sea: verificable para que se pueda comprobar lo que cada quien ha hecho; responsable para que se pueda sancionar a quien infrinja su deber; razonable, para que no se impida el cumplimiento de la función ajena; evaluable, para que se pueda medir la efectividad del cumplimiento de las asignaciones; renovable para que no se interrumpa la capacidad creativa de las instituciones; revisable, para que se puedan corregir los errores; y equiparable, para que no haya predominancias que perjudiquen el único interés supremo, que es el de los ciudadanos”
En esa línea, además de los controles institucionales derivados del mecanismo de frenos y contrapesos, la democracia ha ido evolucionando hacia nuevas formas de control y participación que ampliaron notablemente la perspectiva con respecto a las lúcidas ideas plasmadas por los Federalistas en la constitución americana de finales del siglo XVIII.
Si bien en plena efervescencia de la era tecnológica no resulta fácil (ni conveniente) encasillar o encorsetar a los mecanismos de control de los que dispone la ciudadanía para incidir en la calidad de la democracia, existe una clasificación interesante a la cual aludimos sintéticamente a continuación por considerarla sumamente didáctica y pedagógica para empoderar a la ciudadanía crítica.
Controles internos:
Los llamados controles internos están dados por los mecanismos institucionalizados en la propia Constitución como derivación y desarrollo de los checks and balances que los padres fundadores idearon para reducir el riesgo de abusos en el ejercicio del poder.
El profesor Valadés explica que el control al ejercicio del poder público “supone dos niveles distintos de acción: por un lado, los que el poder se auto aplica y, por otro, los que resultan de la actividad ciudadana. A la primera modalidad se la puede denominar controles internos, que se producen con diferentes grados de concentración o desconcentración. Los más concentrados son los que se ejercen dentro de un mismo órgano, y los más desconcentrados son los que se ejercen entre los órganos de un Estado federal…”.
Entre las herramientas de control interno diseñadas orgánicamente y comunes a cualquier Democracia Constitucional pueden citarse, entre otras: el Juicio Político, la interpelación, la rendición de cuentas, el voto de censura, la pérdida de confianza, la revocatoria de mandato, la interpelación, el control de constitucionalidad, el veto a proyectos de ley, el establecimiento de mayorías calificadas para tratar o aprobar ciertos temas, la participación de al menos dos poderes del Estado para decretar ciertas medidas que afectan a la libertad como el estado de excepción o el toque de queda, las instancias supranacionales de protección de Derechos Humanos, la pérdida de investidura, las comisiones parlamentarias de investigación, el pedido de informes, entre otras muchas herramientas pensadas para que los poderes se sientan sujetos a control permanente y se puedan transparentar las decisiones públicas.
Controles externos
Si acaso es cierto que la Democracia puede/debe ser asociada al gobierno de la gente o si acaso se considera importante darle entidad a esa ficción jurídico — política, resulta clave reforzar y/o añadir instancias de participación y control que den mayor protagonismo a la ciudadanía que muchas veces, sea por estrechez institucional del diseño representativo, sea por falta de voluntad política para ensanchar instancias de protagonismo cívico, sea por apatía propia de la población, reduce la participación al ejercicio del voto que se da cada cierto periodo de tiempo para validar relaciones de poder.
Precisamente, son los mecanismos externos de control los que mejor ayudan a dejar en evidencia a los burócratas indolentes cuya ligereza y nulo compromiso con la Democracia se agrava porque se saben inescrutables, lo que les brinda el marco de opacidad en el que operan a costa de los derechos fundamentales de los ciudadanos.
El voto, como conquista cívico — política por excelencia, es fundamental pero insuficiente si lo que se quiere es alentar el protagonismo de la gente más allá del quehacer de los representantes o de los burócratas en general. Resulta que, tal como se halla perfilado desde hace más de doscientos años, el voto se reduce a un ejercicio monosilábico y esporádico (valga la rima) que se limita a validar una relación de poder alentada por estructuras partidarias o electorales que se preocupan menos en generar inclusión genuina que en copar espacios públicos para provecho personal o sectario.
El Poder Judicial paraguayo, que desvirtuando su alta misión republicana actúa servilmente como brazo ejecutor de la clase política, es paradigmático en ese sentido tal como lo grafica con elocuencia lo sucedido con el Profesor Beto Riart.
La ciudadanía plena se ejercita únicamente si, amén de concurrir a las urnas, nos involucramos en el debate propiciando espacios desde los cuáles se le pueda hacer saber a los indolentes burócratas que ejercitan el poder público desde el Ejecutivo, Legislativo y Judicial que no nos toman del pelo impunemente. Salir a las calles, congregarse en las plazas, generar foros de discusión, contribuir con artículos y publicaciones de opinión, motivar a la sociedad, etc., etc., son formas democráticas tanto de ejercitar los controles como de hacer valer la dignidad frente a los embates del poder.
Para expresarlo en los términos utilizados por el filósofo Amador Fernández — Savater en su libro “Capitalismo Libidinal”, la clave pasa por convertir nuestro malestar en energía de transformación. De nada sirve la crítica victimista y resentida pues lo que se requiere es potencia afirmativa y de transformación. El ciudadano debe aprender a relacionarse con el malestar de otra manera, desde otra perspectiva.
El ejercicio no solo resulta necesario para fortalecer la musculatura cívica de la comunidad sino que, dadas las dificultades que asedian a las democracias modernas, deviene necesario si entendemos que el modelo de sociedad abierta resulta más conveniente para el ser humano que los proyectos de poder alternativos que discurren sobre la opacidad y la verticalidad autoritaria edificadas sobre premisas de corte oracular que son materializadas por quienes pretenden gobernar o imponer decisiones públicas a la manera de “guardianes platónicos” o “auxiliadores mágicos”.
Pero aún si el desencanto que reina en las sociedades hace que la ciudadanía descrea de las claves de participación que brinda la Democracia Constitucional, en última instancia, no podemos rehuir del mandato de nuestras consciencias. Por tanto, al menos desde allí, estamos obligados a preguntarnos qué nos queda ante tanta desesperanza; qué hacer ante tanta desesperanza!!. Y, desde ese lugar, hagamos de tripas corazón para encontrar fuerzas en las palabras del poeta Mario Benedetti cuando se preguntaba “Qué les queda a los jóvenes”:
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
también les queda no decir amén
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros
¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
les queda respirar / abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar
¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente.
Siguiendo al poeta, nuestras consciencias nos enfrentan al imperativo kantiano de la resistencia así que resistamos!
A pesar de los ruines del pasado y los granujas del presente, ejercitemos activamente la resistencia cuanto mas no sea, para transmitir un mensaje de esperanza a quienes, como el Profesor Beto Riart, sufren cotidianamente la ignominia de los burócratas indolentes.